Mi camino siempre estuvo atravesado por el cuerpo. Estudié shiatsu, y aprendí a sentir cómo la energía circula, dónde se bloquea, cómo se libera. Con la astrología entendí que cada persona es un mapa de símbolos y tiempos, y con el counseling descubrí la importancia de la escucha profunda, la que va más allá de las palabras. Todo eso se mezcla cuando pinto.
Mi manera de trabajar es así: no pienso tanto en cómo va a quedar, sino en lo que estoy viviendo mientras lo hago. El cuerpo me marca el ritmo. Una exhalación puede ser un trazo. Una pausa, un momento de mirar y esperar.
Y claro, están los tintes. Trabajo mucho para que sean estables y duraderos: preparo las telas, respeto cada paso, tengo paciencia. Pero aun así, la naturaleza siempre guarda un misterio. La misma planta puede dar un verde más intenso una vez y más suave otra. Nunca sé con exactitud qué va a pasar. Lo difícil no es que el color dure, sino que se repita igual dos veces. Y eso me encanta, porque vuelve a cada obra única, irrepetible, con su propia voz.
Un artista que me inspira mucho en esta relación cuerpo-ritual es Marina Abramović. En muchas de sus performances el cuerpo es material activo, herramienta de presencia, de resistencia, de exploración. Abramović usa el tiempo, la tensión física, la espera, la respiración, el espacio como parte de la obra misma. Wikipedia
Otra artista es Marta María Pérez Bravo, que en su fotografía ritualizada usa su propio cuerpo en diálogo con objetos sagrados, elementos de la naturaleza, maternidad, espiritualidad, mostrando que el cuerpo puede ser altar, puede ser puente entre lo visible y lo que se siente. Wikipedia
Ellas me recuerdan algo que siento muy fuerte: el cuerpo no es solo una herramienta, es lenguaje, es presencia. Y en mi caso, es también el canal por donde el arte se vuelve ritual.
Creo que no hace falta ser artista para sentirlo. Todos lo experimentamos a nuestra manera: cuando bailamos sin pensarlo demasiado, cuando respiramos profundo después de un día largo, cuando caminamos descalzos en la tierra. Ahí también estamos creando. Ahí también nos conectamos con lo esencial.
Para mí, cada obra guarda eso: el registro de un encuentro entre cuerpo, pigmento y tierra. Y lo que nace ahí no es solo un cuadro, sino una huella viva de un momento compartido con la naturaleza y conmigo misma.