Cuando empecé a pintar estaba embarazada de mi tercer hijo. Recuerdo esa etapa como un lienzo en blanco: había algo que se gestaba adentro y afuera, en paralelo. Mis primeras obras fueron con acrílicos —un material con el que todavía experimento en algunas piezas—, pero en ese momento me nació una incomodidad: quería expresarme de una manera que no contaminara tanto, que estuviera más en sintonía con la tierra que tanto me inspira.
Les dejo una foto de “otra yo”, allá por el 2020: embarazada, en pandemia, dando los primeros pasos en este camino que con el tiempo se volvió mi forma de habitar el arte.

Mi identidad está atravesada por la experiencia de haber crecido entre dos mundos. De chica viví en el campo, en Lobos, un lugar donde los tiempos eran otros: el silencio, las cabalgatas bajo las estrellas, los animales, los árboles que se volvían compañía y maestros. Allí aprendí a mirar y a escuchar. El campo me dio una sensibilidad que todavía hoy atraviesa cada una de mis obras.
Con el tiempo también viví en Buenos Aires, la ciudad. Esa otra cara: el ritmo vertiginoso, el ruido constante, la sensación de que siempre falta tiempo. Al principio me parecía que eran mundos irreconciliables, pero hoy entiendo que conviven en mí. Soy tanto el silencio de la tierra húmeda después de la lluvia como el movimiento incesante de la ciudad. Y en mi arte busco tender un puente entre esos dos paisajes.


Fue en ese cruce que descubrí los tintes naturales. Empecé investigando por mi cuenta, leyendo, probando, experimentando. Como me costaba encontrar información sobre las plantas nativas de Argentina, tomé cursos a distancia en Austria y Estados Unidos. Más tarde conocí a un grupo de mujeres argentinas que venían trabajando hacía años con tintes naturales y con quienes aprendí desde nuestra propia tierra.
En mi investigación también aparecieron voces que me marcaron, como la de Fabio Inalef, con quien integro Raíces, un espacio de difusión intercultural Mapuche en Argentina. Escucharlo fue descubrir que el color no es solo color: es identidad, memoria, historia de un pueblo.



Trabajar con tintes naturales me conectó con algo ancestral. Pensar que, mucho antes que yo, otras manos ya habían encontrado estas formas de expresión me hizo sentir parte de una cadena, de un linaje creativo que trasciende el tiempo.
Hoy, cuando tiño una tela con pigmentos que nacen de hojas, cortezas o frutos, siento que estoy en diálogo con el pasado y con el presente. Con los pueblos que entendieron que la naturaleza no se explota, sino que se escucha. Con mi infancia en Lobos, donde aprendí a cabalgar bajo la luna. Y con la ciudad, donde descubrí que la pausa es un lujo, pero también una necesidad.

Este blog inaugura un espacio donde quiero abrirte la puerta a mis procesos, mis búsquedas y mis reflexiones. Porque para mí, hablar de arte no es solo hablar de obras: es hablar de la vida misma, de las raíces que nos sostienen y de cómo podemos volver, una y otra vez, al origen.
Si querés seguir explorando este tema, te comparto algunos enlaces que me inspiran:
-Raíces – Programa intercultural Mapuche
-Dyeing Plants and Knowledge Transfer in the Yungas Communities of Northwest Argentina – CONICET.
-The Dogwood Dyer – Experiencias contemporáneas en tintes naturales.
-Luciana Marrone – Investigación, aplicación y difusión de distintas técnicas relacionadas con los tintes naturales.